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Repunte

Repunte brasilero: desafíos para las exportaciones argentinas

28 de septiembre de 2017 - 10:54

El índice de actividad desestacionalizado del Banco Central de Brasil arrojó una recuperación acumulada de 2,4% entre diciembre 2016 y julio 2017.

El consumo se recuperó de la mano de la sensible baja en la inflación y las tasas de interés, así como también la recuperación en la creación de empleos.

Las señales pro mercado, como el tope al gasto público y la reforma laboral, han sido correspondidas por las expectativas de los inversores, cristalizadas en un aumento de 22% del BOVESPA (en reales) en lo que va del año.

Este suceso nos invita a repasar la historia reciente de la relación comercial entre Brasil y Argentina, para entender cuál puede ser la repercusión en los fundamentos de las exportaciones locales.

Una pareja dispareja

Brasil es nuestro principal socio comercial. Sin embargo, esta relación no está exenta de riesgos ni de asimetrías, tanto en términos cualitativos (qué tipo de bienes le vendemos a Brasil) como cuantitativos (en referencia a los volúmenes físicos comercializados).

Hace varias décadas, en esta relación reinaba la desconfianza y competencia: Argentina percibía a Brasil como un competidor por el liderazgo regional, mientras que Brasil miraba a sus pares latinos con intrascendencia de cara a su propio desarrollo productivo y comercial. Esta situación empezó a cortarse a partir de la década de los 1980, con el resurgimiento de los gobiernos democráticos y la mejora de las relaciones entre estos países.

En un trabajo publicado en 2016, Asef Horno, Brosio, Coatz y Dragún identifican cuatro etapas bien diferenciadas de la relación comercial reciente entre Brasil y Argentina. La Etapa I (1990-1998), caracterizada por la apertura y la expansión: tras la creación del Mercosur y una recuperación en términos de actividad económica a principios de la de los 90 en ambos países, las exportaciones de Argentina a Brasil pasaron de US$ 1.423 millones (11,5% del total) en 1990 a US$ 8.133 millones (30,1% del total) en 1998.

Un factor diferencial entre ambas experiencias de apertura fue que en Brasil el Estado decidió acompañar más de cerca que en Argentina al desarrollo productivo e industrial, lo que terminaría determinando diferencias en los factores de especialización exportadores. La segunda etapa (1999-2002), estuvo signada por una significativa recesión en ambos países.

Los volúmenes de comercio bilateral se desplomaron un 20% y la participación de Brasil dentro de nuestras exportaciones se redujo casi a la mitad, cayendo de 30,1% a 15,6%.

La Etapa III (2003-2011), fue la de recuperación y reindustrialización argentina. Tanto las exportaciones hacia Brasil como las importaciones provenientes de allí se incrementaron de manera significativa, explicadas principalmente por el boom automotriz.

Las importaciones desde Brasil se aceleraron más rápidamente que nuestras exportaciones, resultando en recurrentes déficits contra el vecino. Esto generó respuestas proteccionistas para controlar los flujos comerciales. La última etapa que caracterizan los autores (2012-2015), es de un deterioro comercial de ambas partes: la desaceleración y recesión de la actividad económica en ambos países, derivó en una caída del 40% de los flujos comerciales bilaterales.

Un hecho para resaltar es la creciente asimetría resultante en las relaciones: mientras que Brasil es el principal destino de nuestras exportaciones, Argentina tan sólo representa un 6% de las exportaciones brasileras.

Esto genera vulnerabilidades dada nuestra escasa diversificación comercial: al ser Brasil el principal comprador de nuestras exportaciones industriales, el desenvolvimiento de nuestro sector manufacturero está íntimamente ligado al ciclo macroeconómico brasilero y la relación de competitividad bilateral entre ambas economías.

Determinantes de la exportación argentina

En el esquema actual de financiamiento de un déficit fiscal persistente a lo largo de los años (gradualismo) mediante deuda externa, las exportaciones se tornan fundamentales.

Si bien en muchos casos, como lo había indicado el ex Ministro Prat-Gay, “la deuda se paga con deuda” lo cierto es que en contextos en los que se prevé un achicamiento de las hojas de balances de la FED, no existen certezas acerca de hasta qué punto la canilla de capitales estará abierta para los países emergentes. La deuda externa se paga con dólares y la forma genuina de obtener esos dólares es exportando.

Dada la escasa dinámica en términos de productividad del país en los últimos años y la política parcialmente cerrada a los acuerdos comerciales, la dinámica exportadora argentina se ve ligada íntimamente al ciclo económico externo pero sobre todo a la competitividad-precio, particularmente para la pequeña empresa.

En el gráfico se muestra la evolución de las micro, pequeñas y medianas empresas registradas como exportadoras y el tipo de cambio real bilateral contra Brasil (TCRB Brasil) en los últimos diez años.

Caídas del TCRB con Brasil, implican que los bienes locales se encarecen (ya sea por inflación nuestra o depreciación de la moneda brasilera), mientras que los aumentos favorecen la competitividad-precio argentina (vía depreciaciones de nuestra moneda o apreciación cambiaria e inflación en Brasil).

Las ganancias de competitividad-precio debido a depreciaciones del peso son efímeras y difíciles de sostener en el tiempo, debido al efecto pass-through o traslado a precios. Teóricamente, en un esquema de tipo de cambio flexible este traslado debería ser menor. Este pareciera ser el caso de la última depreciación de julio-agosto, que estaría teniendo poco impacto inflacionario al menos por ahora.

Sin embargo, todavía queda un largo camino que recorrer en términos de credibilidad de la política monetaria del Banco Central, para poder estar seguros de que la dinámica cambiaria e inflacionaria están finalmente desasociadas.

También es (aún más) largo el camino de la competitividad no-precio, pero es el más sostenible. Hablamos del incremento de la productividad total, que se realiza principalmente a través de mayor inversión en capital físico, humano (mejor calidad y acceso a la educación y salud), mejores arreglos institucionales y una macroeconomía ordenada y estable en el corto plazo, que permita proyectar en el largo.

El sendero de la productividad es lento, pero se traduce en crecimiento sostenible en el largo plazo, permitiendo salir del péndulo en el que nos encontramos desde hace décadas que alterna recuperaciones con recesiones, a la vez que Argentina retrocede puestos en los ránkings de PBI per cápita.

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